Roberto Baca tras el sueño de tener un caballo campeón

Este mexicano, con amplio recorrido en el medio, con buen humor a flor de piel es un ejemplo de por qué se deben perseverar para lograr objetivos

Tomar un camino determinado parece lo más lógico en la vida de cualquier persona. Pero lo que hace diferente al caminante es su empeño en superarse cada día, con la meta de ser el mejor, de destacar basado en sus fuerzas, sus ganas, su trabajo, y con esos méritos labrarse éxitos y   recompensas propias.

Es el caso del entrenador de caballos de carreras, Roberto Baca, quien con su amplio recorrido en tan competido oficio se fijó una meta: tener en su establo un caballo que corra y gane las mejores carreras, un campeón. Ese es su sueño.

Una meta que además de sacrificio, apoyo económico y conocimiento,  requiere del factor que muchos niegan pero que ineludiblemente está ligado a esta millonaria industria: la suerte.

“Más vale un centímetro de suerte que un kilómetro de talento”, dicen los viejos sabios. Y es así. Porque hay buenos entrenadores con las mejores relaciones personales, con los mejores propietarios e inversionistas y jamás han libado el dulce sabor del triunfo que capta el paladar de los deseos cuando un ejemplar campeón propio cruza el disco en ganancia.

Demasiados factores entran en juego; no obstante, el primordial es la carta de presentación de este reconocido trabajador chihuahueño, radicado ahora en Lexington, que confiando en Dios, en nombre de su sagrada familia y en honor a su recorrido, se ha jurado a sí mismo no desmayar hasta lograr el harto difícil objetivo.

El mundo es de los atrevidos y desde su llegada a los Estados Unidos, Baca, quien no sabía nada de caballos, a punta de osadía, coraje, honestidad, temple y entrega a los aspectos de aprendizaje laboral, ya ha visto luz en el túnel de los ganadores; de esos que afianzan su andar poco a poco, un día a la vez, con pasos firmes.

“Llegué a Estados Unidos como todos, con un sueño, una esperanza de crecer. Directo fui a Kentucky y sin saber nada comencé a laborar en el medio hípico”, confiesa entre risas este jovial traineer.

Cuenta que le preguntaron si sabía algo de caballos y con su intempestiva y desesperada afirmación ocultó el evidente no que marcaba su ignorancia de aquel momento en torno ese complejo submundo; pero la necesidad y las ansias por empezar a producir en un trabajo que se veía estable por su continuidad y porque nunca se detiene, hubo de responder con esa mentira piadosa, gracias a la que hoy se coloca entre los que han vencido las primeras barreas y desde entonces ha pasado por todas las funciones inherentes al cuido de purasangres de carreras, desde hotwalker hasta trainer, como es su caso.

Al ver que en la industria hípica no se descansa, hay trabajo constantemente, llueva, truene o relampaguee, haya frío o haya calor y no hay horarios ni fecha en el calendario, Baca comprendió que ese sería su destino porque necesitaba laborar para hacerse y para crecer personalmente, establecerse en ese país extraño y forjar una familia como tan exitosamente lo ha logrado.

Explica que con mucho tesón después de caminador (hot walker) –fase inicial de tan complejo andamiaje en la preparación de un equino de carreras– luego se hizo groom (cuidador), después foreman (capataz), seguidamente assistant trainer (entrenador asistente) hasta entrenador oficialmente. Para lo cual debió someterse a las pruebas de rigor, las cuales aprobó y obtuvo su licencia.

“Una persona –cuya identidad no reveló, quizás respetando esos acuerdos tácitos de ética y amistad– me tomó confianza y me fue brindando oportunidades para desarrollar mi inquietud con mis propios métodos de entrenamiento. Me compró un caballito y me dejó entrenarlo –confiesa–, y luego compró otro y otro y otro. Y corrían bien, pero, como es lógico, a nombre de esa otra persona. Entonces decidí hacerme trainer oficialmente y me licencié”, rememora entre nostalgias y alegrías generadas por ese anecdótico pasado lleno de vivencias que se iniciaron en Kansas City, donde trató con caballos de show, pero luego la balanza del destino se inclinó hacia caballos de carreras hasta su mudanza a Lexington, sitio en el que hoy sigue desarrollando sus capacidades.

–¿Cuál cree ud que es la demostración de que sí se puede?

–Sin dudas, el primer triunfo oficial con un caballo inscrito bajo mi nombre. Se trata del ejemplar Noon Time Gambler. Lo puse a tono y gané mi primera carrera. Eso fue en Mountaineer. Jamás se me olvida esa experiencia –expuso de forma muy jocosa al describir que el ejemplar “era un caballo chuequito”.

Expone que se trata de un sentimiento indescriptible, porque en ese medio tuvo mucho tiempo cuadrando caballos que apenas cuidaba, “pero es diferente cuando uno es el entrenador, así la carrera sea la más barata del mundo; no sé describirlo”, asevera con una risa que va del nervio al júbilo y repite su máximo deseo: “Aún no he tenido al campeón pero ese día llegará”, expresó henchido de convicción.

Diametralmente opuesto revela como su peor experiencia aquel día en el que debió poner a dormir a un ejemplar con el que se había encariñado. “Tuve que oponer a dormir a Rockie. Claro que se me habían lastimado otros caballos, como es normal en este negocio. Pero jamás tuve que sacrificar a ninguno hasta que le tocó a él. Eso me afectó. Me dolió mucho porque tenía corazón guerrero y rendidor. A pesar de haber sido un caballito barato, de unos 2 mil dólares le ponía ganas, era bueno. Estaba sanito pero un día se quebró. Eso se siente en el alma. Pero así es este game (juego)”, afirma con marcada resignación.

Reflexiona y sin complejos indica que los suyos son ejemplares que han sido rechazados en otros establos porque supuestamente ya no quieren correr, adversidad ante la que se atribuye la propiedad de reanimarlos e inocularles las ganas de su razón de ser: correr. Para eso nace un purasangre. Para correr.

“A veces hasta me los regalan. Si están en el feeling los hago correr y  hasta gano mi carrerita”, delata con suprema humildad y asegura que por esos ejemplares sigue en este oficio, siempre con la esperanza firme de obtener algún día un ejemplar de máxima calidad, bajo la premisa de que a mayor inversión más opciones tendrá. “Eso echa a uno pa’ lante”, expone quizá en honor a otro sabio refrán popular que reza: “quien  no tiene fuerza para sostener un sueño, no tiene fuerza para vivir”, por eso su motor, su ley motivo, su combustible, su energía gira en torno a lograr ese objetivo central, que lo hace pensar en “un buen patrón, que invierta y se me dé la oportunidad de escoger un caballo más carito, claro que  tendré más opción; hay que estar positivo”, aseveró este hombre que lleva con mucho orgullo a su familia en el frente de sus luchas.

“Soy muy familiar y agradecido con la vida. Llevo 33 años de casado. Tengo dos hijos: la hembra de 31 y el varón de 34. Mis hijos educados. Uno ya terminó. No me quejo. Tengo mi casita. Me ha ido bien, gracias a Dios. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?”, dice convencido de que todo se logra con trabajo y aconseja nunca llevar los problema del hogar al sitio de labores, porque hay tiempo y espacio para todo.

Roberto Baca se autodefine buen cocinero y amante de la pesca, porque “ya estoy acabado para otra de mis pasiones, jugar baloncesto”, dice en tono de chanza y agrega: “salí bueno pa’l baile y canto feo pero le pego mucho sentimiento” (risas).

Confiesa, exhibiendo de su arsenal de buen humor, que a veces se escapa de la casa para el trabajo “porque me ponen a cocinar y no me pagan” y cierra con un saludo efusivo a su gente en Kansas City, a quienes aconseja trabajar diario, duro y constante y jamás abandonar sus sueños.

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